martes, 2 de octubre de 2007

Madreselvas en flor... el viaje del Adiós perpetuo


Un ejercicio de tinta para expiar la pena absoluta de la ausencia de mi padre. Fue publicado en un periódico y tras ello me percaté que había ayudado a varias personas.


Tal vez el tango fue mi primera canción de cuna. No por azar sino por pasión, la voz de Carlos Gardel pudo ser la primera que me cantó, secundada por la de mi padre.

Desde entonces, desde siempre, el Zorzal pasó a ser el mejor compañero de viajes de ambos, de esos que se hacen a lugares que la música y la mente nos llevan a conocer. Aquella casa, donde una viejecita espera eternamente la llegada de sus hijos que partieron hacia el frente, un Buenos Aires querido, con un apartamento en Corrientes 3-4-8, para ser más exactos con la dirección, sin porteros ni vecinos, que con el tiempo resultó no ser el prototipo de hogar que en mi imaginación de niño yo soñaba. Y aquella vieja pared del arrabal, cubierta por madreselvas en flor, que me vieron nacer…

Como Gardel, mi papá se fue de este mundo súbitamente, en una mañana, en unas pocas horas que yo no entiendo y que parecen haberse quedado grabadas para toda la eternidad.

Dicen que a los hombres buenos la vida los premia con una muerte rápida, sin sufrimiento. En el caso de mi padre, esta es la única razón que pueda explicar el por qué no pude tan siquiera sostener su mano al irse de este mundo. Pero, en fin, la vida es misterio, la muerte también y el tango expone los enigmas de ambas perfectamente. Me toca a mí hoy emprender la retirada, debo alejarme mi buena muchachada. Adiós muchachos, ya me voy y me resigno, contra el destino nadie da talla…

No tuvo sufrimiento al morir, al menos así lo aseguran los médicos. El dolor se quedó para nosotros, con nosotros y ahora aprendemos a vivir con él y sin mi padre. Con su partida aprendimos muchas cosas, como quiénes eran nuestros verdaderos amigos… los muchos que supieron estar. Pero también logramos rescatar todo lo que él es y seguirá siendo para nosotros porque, si bien es cierto el cuerpo muere, el espíritu se viste de recuerdo constante y pasa a ser parte de lo que uno es y de cómo ve la vida.

Sombra compañera. Tras cruzar la distancia entre dos países, pude llegar para cantar a su cuerpo, memoria de su vida, Madreselva, uno de sus tangos queridos. Entre llanto y canto, mientras lo hacía, me detuve a pensar, a decirle, que como lo reza este tango: tu sombra fue la compañera de mi niñez. Por casualidad, al día siguiente, sus amigos de tango le dijeron adiós con los acordes de esta misma composición.

Hoy, después de tanto tiempo y tanto tango, descubro que efectivamente, si su sombra fue la compañera de mi niñez, la luz de su presencia será la que alumbre los tramos oscuros de este camino, aún sin terminar… de este tango aún inconcluso. Gracias papá, por la Vida y por el Tango.