lunes, 23 de febrero de 2009

Adicto a los besos con Sinatra







Gracias por venir.  Era necesario que estuviéramos en un espacio cerrado e íntimo.  De hecho, esa necesidad la experimenté desde la primera ocasión, hace escasos días, en un restaurante.

Además, como ya sabrás, para mí es importante rendir tributo a quienes estimo a través de la comida.  Cocinar para mí es un acto de dedicación, de afecto.  En un mundo tan indiferente me parece significativo tomar tiempo para preparar algo para una persona especial.  Y la cocina cumple con ese cometido, más aún cuando se acompaña de buena música.

Gracias por el vino.  No lo pudimos tomar porque el sacacorchos se atoró, pero verte llegar con ganas de estar conmigo me inyectó ganas de vivir, así de simple.

Canción tras canción, cantante tras cantante fuimos acercándonos, conociéndonos un poco más.  Hacía tanto tiempo que nadie cantaba conmigo a Barbra...Salvo mi amigo Carlos, el fan número uno de Olivia Newton-John -debo humildemente reconocer que me ganó-, no existía, hasta que llegaste, nadie con quien realmente disfrutar, saborear alguno de sus álbumes -Indigo, women of song-.

Pero fue el rey, el verdadero, Frank Sinatra, el que nos acercó.  Probar o robar un beso tuyo con mi papá musical al fondo fue una indulgencia deliciosa.  Ya comerte a besos sin parar, con Sinatra cante y cante fue un regreso a territorios abandonados hace ya mucho tiempo.  Y como dijo Martirio en una de las canciones: "Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida".  Gracias por llevarme ahí de nuevo.

También gracias por haber aceptado compartir cama y sueño conmigo.  Tenía tanto miedo en proponerlo pero el primer abrazo al caer rendidos me hizo darme cuenta de que el riesgo valió la pena.

Gracias por todo.  Gracias por haber venido y quedarte en la cama, en la camiseta, donde de alguna manera todavía estás.  Gracias por esos fetiches.  Pero sobre todo, gracias por recordarme que todavía puedo ser adicto a los besos, cuando los da una boca deliciosa y también honesta.

sábado, 21 de febrero de 2009

¿Qué es peor: la traición o la mentira?







Algunos cuestionamientos vitales surgen inesperadamente.  Hablaba con mi amiga Aisling sobre nuestras bajas en el campo de batalla amoroso y en medio de nuestra usual competencia por quien tiene la palabra el flechazo me pegó.  Le hice la pregunta que da título a esta entrada:  ¿Qué es peor: la traición o la mentira?

Entonces, como Esteno y Euríale nos metimos de clavado de competencia en el tema.  Ella hablo de lo suyo, que me lo reservo porque no me pertenece, y yo hable de lo mío, que lo expongo con el afán de incrementar la incipiente educación amorosa de que todos sufrimos.  Medusa brilló por su ausencia, tal vez hubiera logrado aclarar el asunto o bien, nos hubiera dejado a ambos petrificados, como suele hacerlo.

A mi me han mentido una y mil veces.  Con la mano en el corazón a la gente que amo le he mentido muy pocas veces y siempre ha sido por su propio bien, no el mio.  Noble, precavido o estúpido.  Pueden ponerme cualquier calificativo que gusten, porque yo mismo no sé como juzgar este comportamiento.  De hecho, creo que de todos mis “amores” solo existe hasta la fecha uno que no me mintió nunca e, irreverente naturaleza humana, fue casualmente a quien menos quise.  

Ya lo dije, he sido víctima de la mentira de un amor en varias oportunidades y siempre, tarde o temprano sale a flote y por más buena coartada queda al descubierto.  Pero si uno intenta no vivir con la mentira ser su presa gracias a alguien duele, pero se puede superar.

Ahora, con la traición, que yo sepa, me han pagado solo una vez.  No importa hace cuánto, porque yo mismo no lo se, pero para mi es como matar a un vampiro con pequeñas estacas de fósforos, lenta y gustosamente.

Extrañamente en nuestra sociedad todavía machista, la traición es un arma de doble filo.  Por una parte, hay quienes apoyan a la víctima y le invitan a hacer lo que hay que hacer, lo indiscutible: terminar, cortar por lo sano.  Pero por otra parte, quien traiciona, quien pone los cuernos goza de todo el reconocimiento social.  Es valiente, sabe romper con lo tradicional y hasta visto como obsoleto e incluso se torna mas sexy para quienes piensan que la infidelidad es sinónimo de glamour, de un potencial sexual desbordado, de pasión.

Yo no quiero mentir, no quiero traicionar ni nunca he querido que lo hagan conmigo.  El amor no solo es un asunto de cama.  Es un compromiso, es un deseo de construir un plan de vida conjunto, la ambición de prolongarse en otra mirada, en otra cabeza, que ojalá duerma todas las noches junto a la nuestra.

Cuando pienso en una pareja de traicioneros juntos me pregunto: ¿Podrán recostar sus cabezas tranquilas sobre la almohada cada noche?  ¿Quien podrá más?  ¿Sobre qué se construye su relación?  Será acaso una pugna sobre quién cuenta más infidelidades?

Cuando pienso en una pareja que construye su unión sobre cimientos de traición, sobre romperle la vida a un tercero, pienso que yo no hablo ese idioma, prefiero quedarme con mi Esperanto de lealtades y verdad.

Traición y mentira...Si no son hermanas al menos son primas.  Se llevan de maravilla, pero como dice un viejo tango: "Usted aquí no me entra".

lunes, 16 de febrero de 2009

Tallos y espinas o las rosas de Morticia



Es sábado 14 de febrero, día de San Valentín, del amor, de los enamorados y de la amistad.  ¡Qué invento!

Esperada y querida por muchos, la fecha también despierta odios por otros -número significativo-.  Para mi es un día aciago.

Gaby al teléfono, me invita a una reunión.  Agradezco tan noble gesto de amor y confirmo mi asistencia.  Acto seguido:  quedo con Fabiola de ir juntos.  Nos encontraremos a las 7:oo p.m.

Pasan las horas, salgo del trabajo, deambulo por las calles para hacer tiempo y, de repente, lo que suele parecerme indiferente me golpea.  Con un cargado acento kitsch hollywoodense presencio la toma de la ciudad por parte de los enamorados.  Unos corren para no llegar tarde a la cita, con cajas de chocolate bajo el brazo, otros con rosas rojas -que hoy particularmente las detesto-, parejas tomados de la mano, abrazos, besos.  En fin, un tsunami de expresiones de amor me envuelve mientras inunda mis pensamientos.

Mi mente atrofiada decide activar dos válvulas de escape: las lágrimas, que ahora explotan de mis ojos en media calle, y un fuerte dolor de cabeza -porque yo quiero con la cabeza, ja-.

Lo obvio: llamo a Fabiola, le explico y cancelo.  Corro a casa , el hogar que en noble acto de amor, de amistad, Alejandro me ha dado.  Si no hago esto busco a alguien y repito la escena en que Carrie Bradshaw -para ser hollywoodense en un día tan cursi- agarra a "rosasos" a Mr. Big, llenado la calle de pétalos rojos pero no de pasión de amor, sino de decepción e ira.

Ya en la cama intento dormir, pero el tema es recurrente.  Pienso en las "benditas" rosas rojas y en quien putas diablos las habrá "canonizado" como emblema del amor.  Entonces recuerdo a mi amiga de infancia Morticia Adams.  Aunque un poco rara, una mujer con un gusto exquisito.

Tisha tenía un modo muy particular de colocar sus flores favoritas, las rosas.  Cortaba los pétalos y ponía los tallos y espinas mutilados en un florero.  Entre más espinas tuvieran, más le gustaban.  Pienso en la satisfacción que mostraba cada vez que "arreglaba" sus rosas.

Al borde del ocaso de esta nefasta fecha pienso que debí haber honrado la memoria de Tisha y haber comprado rosas rojas; de mi para mi, y colocarlas a su estilo.  Así hubiera también honrado mi memoria y recordarme que aún cuando el amor se corta quedan el tallo y las espinas y en ellos también hay mucha belleza.

Mientras divago alrededor de las pinches rosas y la puta fecha, al fondo Madeleine Peryoux canta de desamores:

"Sticks and stones may break my bones.
But tears don't leave any scars,
so I'm all right, I'm all right.
I've been lonely before"

"Los palos y las piedras pueden quebrar mis huesos.
Pero las lágrimas no dejan cicatrices,
así que estoy bien, estoy bien,
he estado solo antes".

viernes, 13 de febrero de 2009

El amor dura mil días


Hace poco un amigo me contó que durante una visita a un castillo -en un país que no recuerdo-, tuvo una revelación, de esas tan obvias que nunca pensamos en ellas.

En esta ocasión la guía, una mujer bastante entrada en años -como suele ocurrir en algunas latitudes donde la edad no es límite para trabajar-, vestida de época, los iba llevando por todos los aposentos del edificio.  Al llegar a la cámara del rey, ella explicó que ese era el aposento del monarca.  Uno de los turistas aseveró que lógicamente también allí dormía la reina.  Entonces la mujer replicó diciendo:  "No, por supuesto que no, la cámara de la reina se encuentra en otra sección del castillo.  Porque, como todo el mundo sabe, el amor solo dura mil días, no más".

Mi amigo procedió instintivamente a sacar la cuenta de su pasado y para su sorpresa encajó en la cantidad que la mujer había dicho.

Mil días son aproximadamente tres años.  Increíble, pero yo he practicado el mismo ejercicio y, también para mi sorpresa, me sale la cuenta.

¿Por qué somos los humanos criaturas tan predecibles?  ¿Por qué un sentimiento mutuo tan íntimo a una de las dos partes le da para mil días? ... ¿Qué sucede con la otra parte si esta emoción le atrapa por más tiempo?  ¿Qué es el amor?

Mil días ... Ja, y yo que pensaba que podía ser eterno.  Pero la cuenta de engaños, traiciones y el sentirse coronado por unos hermosos cuernos le hace a uno pensar ... el amor, que deliciosa y terrible decepción.