Conozco a Chavela Vargas. La encontré al perseguir una voz que me cautivaba, por acto de la casualidad o del destino, hace varios años. Al vernos cara a cara e intercambiar algunas palabras, decidimos ser amigos. Y así ha sido desde entonces.
Conozco a Isabel Vargas. Ser su amigo requiere más tiempo y más pruebas que en el caso de la cantante, pero la conocí a través de su alter ego. Con ella he pasado de todo, risas, carcajadas, penas, alegrías, emergencias y terapias, para las cuales es una maestra por su experiencia.
Conozco a ambas. Una da el alivio de no sentirse solo en este mundo a través de una unidad hilada por canciones, por lamentos, por una calidad interpretativa irrepetible.
Es mi mejor psicóloga y la suprema sacerdotisa cuando canta. La otra es un ser humano de calidades excepcionales y una sensibilidad que puede conmover hasta al más férreo enemigo.
La fusión de ambas es la mejor que he descubierto en una persona. Una sonrisa en su rostro borra cualquier amargura y un lamento de ella supera con creces el de cualquier otro compañero de humanidad. Por eso vale, porque reúne en un so
lo cuerpo todas las expresiones del mundo.
Chavela logró burlar al tiempo y a todos los que la despreciaron por ser distinta, auténtica. Ya tiene 90 años. También ha logrado demostrar algo: como la procesión, la guerra por la justicia también se lleva por dentro. Si es causa justa, como en su caso el Arte, la vida y el tiempo mismo nos recompensan y nos hacen mirar atrás, no para convertirnos en estatuas de sal, sino ver los sepulcros blanqueados y los cementerios de la intolerancia ajena.
Felices 90 Chavela.