jueves, 16 de enero de 2014

Santuario del Derecho


1949.  Avenidas 6 y 8, calles 17 y19, barrio González Lahnman.  Llegó puntual, como muchos otros, a su primer día de clases.  Llevaba consigo un pequeño y sencillo maletín de mano, comprado con mucho esfuerzo, que ahora estaba a punto de reventarse pues estaba lleno de ilusiones profesionales, que llevarían a realizar tantas otras personales.  Era joven y se llamaba Rodrigo; entonces no lo era, pero desde hace varios años es mi padre.

Como él y con él, muchos costarricenses pasaron largas horas de sus vidas cobijados bajo ese techo y dedicados al estudio de la Justicia, quemando pestañas, gastando muchas hojas de libros y cuadernos, discutiendo, deliberando, en fin, preparándose para defender los derechos y deberes de los ticos.

Quizás el viejo edificio que albergaba a la Escuela de Derecho no significó mucho para algunos de sus estudiantes, a fin de cuentas era solo una estructura y nada más, donde los futuros abogados se instruían y eso era todo.  Con el pasar de los años la Universidad de Costa Rica, creada en 1941, se trasladó a su actual espacio, en San Pedro de Montes de Oca, por ahí de los años 60.

La “Casa de los Abogados” quedó entonces vacía, sin más lecciones, sin profesores ni alumnos, sin más tránsito, sin más intelecto.  Permaneció así por un tiempo y luego volvieron algunos estudiantes de Derecho a recibir lecciones de Medicina Forense, pues por un tiempo la morada de las leyes se destinó a morgue.

Sí, hubo muchos que olvidaron aquella construcción y le arrancaron todo valor emotivo e histórico.  Con el tiempo el inmueble empezó a deteriorarse y la Corte Suprema de Justicia –que entonces tenía la propiedad del edificio- decidió en 1979, demolerlo para construir la Plaza de la Justicia.

Pero no todo el mundo le dio la bofetada histórica a este edificio, tan lamentable y tradicional en nuestro pueblo.  Un grupo de graduados de esta sede decidió defender el mayor referente histórico de la historia del Derecho en el país.  Bajo el lema de que “para toda la actual clase de abogados ese viejo caserón es y debe seguir siendo un santuario” y con el liderazgo del Licenciado Otto Rojas, expusieron ante la Corte Suprema de Justicia  la importancia de conservarlo.  Sus acciones no dieron el fruto esperado y los planes para derribarlo y construir la Plaza de la Justicia continuaron.

¿Por qué esta edificación de estilo Neoclásico, de construcción fuerte, un relevante mojón histórico, debía ceder su espacio a una plaza?  ¿Qué podrían haber pensado los arquitectos Teodorico Quirós y José Francisco Salazar ante la inminente demolición de su obra?

En el intento por conservar la vieja casa de enseñanza del Derecho, Otto Rojas y su grupo propusieron varias alternativas: establecer ahí un Museo Jurídico y Criminológico o un Museo de la Justicia, uno de la Educación Pública costarricense o una Biblioteca Jurídica Pública.

Entonces, como buenos abogados, decidieron escribir a la ministra de Justicia, la Dra. Marina Volio, con la intención de solicitar que se declarara al inmueble como Monumento Histórico.  Tras un largo y devastador proceso, en el cual intervinieron más graduados y algunos campos pagados, editoriales y artículos en la prensa nacional, el 14 de noviembre de 1979, fue declarado Monumento Histórico.

El decreto señala que el edificio “constituye un símbolo de la educación superior costarricense por haber sido el lugar donde se formaron varias generaciones de abogados costarricenses”.  Hoy puede decirse que también representa un significativo logro por parte de estos visionarios abogados que salieron a su defensa, quienes tuvieron una noción temprana de la conservación del patrimonio, ciertamente una lección ejemplar para la fecha, tristemente caracterizada por la fuerza anti-recuerdos de la máquina demoledora, en pos de la necesidad de arrasar con todo edificio viejo, toda representación del pasado, para implantar nuevas manifestaciones arquitectónicas en la ciudad de San José y en muchas partes del territorio nacional.

Hoy, la plaza existe, del viejo edificio solo quedó la sección que formaba la esquina noroeste o fachada sur del anfiteatro.  ¿Qué pasó con el resto del inmueble?  Primero escombros, luego polvo en el viento.  Ninguna fuente menciona por qué si con la declaratoria de Monumento se obligó a la Corte Suprema de Justicia a conservar y restaurar el edificio, hoy solo queda un fragmento.  La respuesta ya no importa, pues no podemos volver a tenerlo.  Pero al menos queda ese pedacito, que aunque pequeño cuenta algo de nuestra historia, así como de su destrucción.

2013.  Al pasar por el costado oeste de la Corte Suprema de Justicia, pienso en aquel estudiante de Derecho y el maletín en su mano, pequeño y sencillo, comprado con mucho esfuerzo, que si aún existiera estaría ahora vacío, pues las ilusiones dejaron de ser pensamiento para convertirse en realidad.  Pienso también en la injusticia con que la Justicia trató a la historia, pero agradezco al Licenciado Otto Rojas y a sus compañeros ese pedazo que todavía permanece, recordándonos la majestuosidad y la relevancia de tener recuerdos, lo importante de conservarlos para poder vivir la historia como algo cotidiano.



Por Derecho

El edificio de la Escuela de Derecho fue construido en 1925, diseñado por los arquitectos Teodorico Quirós y José Francisco Salazar, en un claro estilo neoclásico.

Aunque durante casi toda su existencia albergó a la Escuela de Derecho, también sirvió como sede de la Facultad de Filosofía y Letras, así como de Odontología.

El fragmento del inmueble que sobrevive corresponde a una de las dos naves laterales del edificio.

Algunos de los estudiantes de este centro académico son: Rodrigo Facio, Manuel Mora, Ricardo Jiménez Oreamuno y León Cortés.

Extrañamente varias personas llaman a la edificación “El Mausoleo”, pues al notar su presencia creen que se trata de una estructura funeraria erigida para algún personaje notable.




viernes, 6 de septiembre de 2013

44 vueltas al Sol


Quiero la mano sólida, caliente y generosa de mi papá tomando la mía mientras paseamos por el parque un domingo,
quiero recostarme al estómago de mi mamá mientras me lee un cuento de Edgar Allan Poe y sentir la vibración de su voz,
quiero que mi tío David nos lleve al Bosque Encantado y ver su luminosa sonrisa reflejada al sol, siempre complementada con el brillo de mi tía Teresita,
quiero un cuento narrado por mi abuela Emilia
y una historia jocosa con el humor tan particular de mi abuela Rosario,
pasear en el carro de mi abuelo Juan y nunca asistir a su entierro,
la mano del abuelo Francisco llena de corazones de chocolate,
volver a escuchar por primera vez a Olivia Newton-John, a Sheena Easton, a Whitney Houston, a la Callas, a Sinead 
mientras pruebo por primera vez un tequilita y un magnífico café.
Quiero escuchar las carcajadas de la Grütter en Ciencias Sociales
y soñar con Yolanda y Eunice teniéndolas cerca,
echarme esa llorada tan grande y sonada que siempre tendré pendiente con Chavela y uno de sus fuertes abrazos...
Quiero todo esto que siempre merodea mi mente y que se llaman recuerdos, historia de mi historia…
Cumplir años no es fácil cuando los años suman más y más, cuando adquirimos la capacidad de mirar al pasado como un ayer inmediato y extrañamos todas esas simples cosas que tanto significan.
Quiero a toda la gente que vive cerca de mí, que vive en mí y me recuerdan cada día que es indispensable celebrar la vida por tenerles a mi lado.


jueves, 1 de diciembre de 2011

Amputado

En esta fecha, hace siete años, desperté abruptamente a las 6:30 de la mañana, con una sensación inexplicable. Sentí como si me hubieran amputado una parte de mi cuerpo, un órgano que no sabía hasta ese momento que estaba ahí pero que sentía ahora arrancado de mí. Entonces tuve la certeza: mi papá había muerto.

Con el dolor de la herida aún abierta, pensé en cómo podría comprobar el hecho, pues no tuve duda alguna de que así fuera. La familia, primera opción, descartada. Probablemente todos estaban en camino al hospital, donde estaba mi padre ingresado. O tal vez, dado que no estaba en el país, una mentira piadosa se disfrazaría de un “está vivo pero mejor vení”. Llamé a mi mejor amigo-hermano y solo bastó decir su nombre para que él dijera algo así como “No es justo, ¿por qué tenía que pasar de este modo?

Otro buen amigo de aquel tiempo tuvo la humanidad de irse hasta México, donde estaba, para traerme a despedir al hombre que me dio la vida y me enseñó a vivir. Pero esa despedida ya había tenido lugar, el día en que él me llevó al aeropuerto. Le dije adiós con una usual palmadita en el hombro y me dispuse a cruzar la puerta de entrada. De repente, algo extraño sucedió y corrí de nuevo hacia donde estaba, para abrazarlo y decirle al oído: “Gracias papá, por todo lo que me ha dado, por todo”. En mi arrebato el hombre se quedó atónito, asustado, pero apenas me fui tomó el teléfono y llamó a una de mis hermanas, para contarle, aún con la emoción pero contento, de mi loco acto de afecto súbito.

Ya han pasado siete eternos y devastantes años, siglos para mí. No pasa un día sin que piense en él y sin que le hable. Él sigue siendo mi consejero, ahora es mi camarada y mi mejor psicólogo. Yo lo quiero, lo extraño, aún lo lloro y creo que esto nunca va a acabar.

El negro día se su partida hice por él lo manda la ley de la vida y lo que un buen hijo debe hacer: despedir un padre de la mejor manera, cantándole su tango preferido, contarle cosas bonitas para que pudiera irse en paz. Dios me dio la bendición de estar con mi familia y un torrente de amigos, que hicieron suya mi pena, dándome con ello un gran alivio y amor.

Ahora soy un huérfano. Extraño ese miembro amputado, ese lazo que cortó la vida como se separa un bebé del cordón umbilical. Quienes tuvieron el honor, porque eso es un honor, de conocerlo saben que no miento: mi papá fue un hombre excepcional por su inteligencia, por su bondad, por su humanidad. Por eso al recordarlo en el día en que lastimosamente cerró para siempre sus ojos es inevitable dibujar una sonrisa de amor, que es inmediatamente teñida por varias lágrimas, también germinadas de su amor.

Sus ojos, esos que se cerraron entonces, son ahora los míos, aprendí de su mirada el cada vez más escaso arte de querer y agradecer, algo que late fuerte en mí gracias a ese hombre, que el destino hizo por fortuna ser mi luz, mi gracia, mi gran tesoro, mi gran modelo…mi papá.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Estudiantes conocerán a mujer que dio nombre a su liceo



San José, 06 de septiembre del 2011. Las y los estudiantes del Liceo Yolanda Oreamuno, localizado en Volcán de Buenos Aires, Puntarenas, conocerán a la mujer que dio nombre a su centro educativo por primera vez, el próximo martes 13 de septiembre.

En el marco de las celebraciones del mes de la Patria, el liceo ha incluido un conversatorio sobre la vida y obra de la sobresaliente autora costarricense. En la actividad participarán su nieta Ana Barahona, Juanita Castro, quien interpretará unos textos de la escritora, Luis Enrique Arce, Presidente de la Junta Directiva de la Editorial Costa Rica y el periodista y ensayista Alfredo González, quien ha investigado la vida y obra de Oreamuno por más de 15 años.

La idea central de la actividad es realizar un recorrido por la corta pero productiva vida de Yolanda Oreamuno, en la cual los acontecimientos biográficos se complementen con textos y fotografías suyas.

Yolanda Oreamuno Unger nació en San José, Costa Rica, el 8 de abril de 1916. Logró romper con un ciclo de literatura costumbrista, ya para su época agotada y con ello instauró una tendencia vanguardista en las letras nacionales. Murió en México, el 8 de julio de 1956.

Su novela La ruta de su evasión, escrita en 1947, recibió el Premio Centroamericano de Literatura 15 de Septiembre. El valor literario de esta obra le hace permanecer como una de las principales obras de referencia de la literatura costarricense contemporánea.

lunes, 21 de marzo de 2011

En una esquina de la Soledad


Nos vemos cada vez que por ahí paso. Una esquina, un rincón, es siempre nuestro punto de encuentro. Existen espacios en las ciudades que están dedicados a ciertas personas. Éste está reservado a nosotros, es nuestro, nos pertenece. Una discreta esquinita donde están grabados nuestros nombres, eternamente.

Cerca, muy cerca, justo al frente, está un amigo muy querido por los dos. Carlitos Gardel es el único testigo de que ahí estamos juntos, deteniendo el tiempo. Vigilante, sus ojos resguardan nuestros momentos ahí registrados.

Ocurrió una noche de junio, justo en el aniversario de la muerte de Carlitos. Fuimos juntos, con un grupo de gente, a cantarle sus canciones, inmortales como tu memoria. Al lado del Che Molinari y su inseparable bandoneón, ahí estamos juntos.
Por una cabeza, Adiós muchachos, Silencio, Mi Buenos Aires querido, y, por supuesto, Madreselva, ese tango que parece haber sido escrito solo para que lo compartiéramos, son algunas de las melodías que esa noche, sin importar qué tan bien o tan mal cantáramos, entonamos para nuestro amigo del más allá.

Resulta gracioso pensar que ahora ya son seis años, seis que llevás en el más allá. Pero para mí siempre estás en mi más acá, no acaba un día sin que te recuerde, sin que te sienta aquí, tan cercano y tan mío.

En un rincón de la soledad, ya no del barrio sino de una muy íntima que vive en mí desde que te fuiste, ahí también nos encontramos siempre. Vieras que dulce y que amargo, cómo a veces suelto una risa y descubro que es tu tuya, cómo a veces suelto algunas palabras y pareciera como si hablaras por mi boca, como en muchas ocasiones alguna de nuestras canciones logra conmoverme hasta las lágrimas y caigo en cuenta de cuánta falta me hacés todo el tiempo.

Papá, yo podría escribir libros y libros sobre nosotros y no dejar de llorarte como lo hago ahora. Todo está aquí, todo vive en mí, todo se ha quedado para recordarme constantemente que soy una extensión tuya, que intenta vivir cada día con tus enseñanzas, con tu discreto pero macizo cariño, con la pasión con que hablabas de tus temas favoritos, muchos también míos.

En una esquina de esta soledad de soledades, y en ese rincón del barrio de La Soledad, yo te encuentro, yo te abrazo, yo juro y te digo que eres parte de mí y que respiras en este mundo todavía a través de todos los que te conocimos y te extrañamos cada día de nuestras vidas. Todos estamos bien, porque vos estás siempre a nuestro lado.

jueves, 8 de julio de 2010

El país de los superfluos



Sentados frente a una botella de Tanqueray, muy en boga por salir en revistas, se llenan sus bocas de la ginebra más premiada del mundo, al tiempo que empiezan a escupir sus palabras ebrias. Desde una esquina abro mis aletargados oídos, gracias a su compañía, y los escucho desentonar su trillada, gastada y falsa canción:

Dolce & Gabbana, Armani, Prada, BMW, Mercedes Benz, Audi...marcas de diseñador y de automóviles de lujo...Eso quieren proyectar.

El grado de maestría es requisito, puesto de gerente -ojalá de banco o transnacional-, la clase de francés -aunque ni siquiera dominen el castellano-, casa propia de lujo -mejor si es en "condo", solo música electrónica y terminantemente prohibido lo nacional -es polo-...Ese es su valor.

Europa -claro, siempre el garbo europeo-, "shopping" en E.E.U.U., destinos exóticos -no olvidar un souvenir ostentoso o muchas fotos que demuestren que "estuve ahí"...Ese es el mundo que quieren.

"Soy exitoso porque cumplo con todo esto, es el ideal de cualquiera". ¿Y los pobres? "Pobrecitos, tienen que existir, son parte del sistema económico. Mientras ellos sufren yo intento conocer todo sibre vinos", sin importar que a sus superflous paladares todos les sepan igual.

Bíceps, gimnasio, cuadritos, "personal trainer", alguna cirujía a los 40, aunque en realidad necesitan un transplante de cerebro o, mejor dicho, un cerebro.

Cambian todo lo que han sido por lo que son los maniquíes de las portadas de revistas, cuando lloran lo hacen por envidia, las deudas financieras pagan la vida -"hay que arriesgarse"-, y compiten por cual es más superficial.

Ante el Tanqueray, yo empujo mi tequila, ante su cantante de moda -que dura dos meses-, yo escucho a mi Chavela Vargas y ante sus trapos me visto con lo primero que encuentre en mi armario. Como dicen ellos de los pobres digo yo de ellos: "Tienen que existir, son parte del sistema, no económico sino de valores, que nos enseña que la distinción es algo muy leve y relativo, que no puede portar ningún cadáver putrefacto. Así es.

viernes, 29 de enero de 2010

EXIT ROW


En esta vuelta al mundo, a los mundos, algunas veces nos asignan un asiento en el "exito row", fila de salida o salida de emergencia del avión. Nos sentamos plácidamente sin percatarnos de la responsabilidad que ello implica.


Entonces, aparece un sobrecargo que nos informa del procedimiento y la política al respecto. Uno tiene la potestad de solicitar que le cambien de silla si quiere evitar que ante una situación atípica deba abrir la puerta, desplegar el tobogán inflable y ayudar a los pasajeros a evacuar la nave.


Sin saberlo, sin pensarlo y sin que nadie me lo dijera, hoy de súbito me he descubierto bien sentado en el "exit row", donde he pasado la mayor parte de este largo viaje y donde he tenido que enfrentar varios accidentes, muy pocos míos y muchos de otros.


Aunque en la salida de emergencia se viaja más cómodamente, pues hay mayor espacio, ya estoy cansado de tanto susto y tanta ayuda a extraños, porque a fin de cuentas eso es lo que siempre fueron, extraños que tras recibir mi ayuda se van sin siquiera otorgar la leve caricia de un débil adiós. "Sobrecargo: por favor, cámbieme de asiento".