jueves, 1 de diciembre de 2011

Amputado

En esta fecha, hace siete años, desperté abruptamente a las 6:30 de la mañana, con una sensación inexplicable. Sentí como si me hubieran amputado una parte de mi cuerpo, un órgano que no sabía hasta ese momento que estaba ahí pero que sentía ahora arrancado de mí. Entonces tuve la certeza: mi papá había muerto.

Con el dolor de la herida aún abierta, pensé en cómo podría comprobar el hecho, pues no tuve duda alguna de que así fuera. La familia, primera opción, descartada. Probablemente todos estaban en camino al hospital, donde estaba mi padre ingresado. O tal vez, dado que no estaba en el país, una mentira piadosa se disfrazaría de un “está vivo pero mejor vení”. Llamé a mi mejor amigo-hermano y solo bastó decir su nombre para que él dijera algo así como “No es justo, ¿por qué tenía que pasar de este modo?

Otro buen amigo de aquel tiempo tuvo la humanidad de irse hasta México, donde estaba, para traerme a despedir al hombre que me dio la vida y me enseñó a vivir. Pero esa despedida ya había tenido lugar, el día en que él me llevó al aeropuerto. Le dije adiós con una usual palmadita en el hombro y me dispuse a cruzar la puerta de entrada. De repente, algo extraño sucedió y corrí de nuevo hacia donde estaba, para abrazarlo y decirle al oído: “Gracias papá, por todo lo que me ha dado, por todo”. En mi arrebato el hombre se quedó atónito, asustado, pero apenas me fui tomó el teléfono y llamó a una de mis hermanas, para contarle, aún con la emoción pero contento, de mi loco acto de afecto súbito.

Ya han pasado siete eternos y devastantes años, siglos para mí. No pasa un día sin que piense en él y sin que le hable. Él sigue siendo mi consejero, ahora es mi camarada y mi mejor psicólogo. Yo lo quiero, lo extraño, aún lo lloro y creo que esto nunca va a acabar.

El negro día se su partida hice por él lo manda la ley de la vida y lo que un buen hijo debe hacer: despedir un padre de la mejor manera, cantándole su tango preferido, contarle cosas bonitas para que pudiera irse en paz. Dios me dio la bendición de estar con mi familia y un torrente de amigos, que hicieron suya mi pena, dándome con ello un gran alivio y amor.

Ahora soy un huérfano. Extraño ese miembro amputado, ese lazo que cortó la vida como se separa un bebé del cordón umbilical. Quienes tuvieron el honor, porque eso es un honor, de conocerlo saben que no miento: mi papá fue un hombre excepcional por su inteligencia, por su bondad, por su humanidad. Por eso al recordarlo en el día en que lastimosamente cerró para siempre sus ojos es inevitable dibujar una sonrisa de amor, que es inmediatamente teñida por varias lágrimas, también germinadas de su amor.

Sus ojos, esos que se cerraron entonces, son ahora los míos, aprendí de su mirada el cada vez más escaso arte de querer y agradecer, algo que late fuerte en mí gracias a ese hombre, que el destino hizo por fortuna ser mi luz, mi gracia, mi gran tesoro, mi gran modelo…mi papá.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Estudiantes conocerán a mujer que dio nombre a su liceo



San José, 06 de septiembre del 2011. Las y los estudiantes del Liceo Yolanda Oreamuno, localizado en Volcán de Buenos Aires, Puntarenas, conocerán a la mujer que dio nombre a su centro educativo por primera vez, el próximo martes 13 de septiembre.

En el marco de las celebraciones del mes de la Patria, el liceo ha incluido un conversatorio sobre la vida y obra de la sobresaliente autora costarricense. En la actividad participarán su nieta Ana Barahona, Juanita Castro, quien interpretará unos textos de la escritora, Luis Enrique Arce, Presidente de la Junta Directiva de la Editorial Costa Rica y el periodista y ensayista Alfredo González, quien ha investigado la vida y obra de Oreamuno por más de 15 años.

La idea central de la actividad es realizar un recorrido por la corta pero productiva vida de Yolanda Oreamuno, en la cual los acontecimientos biográficos se complementen con textos y fotografías suyas.

Yolanda Oreamuno Unger nació en San José, Costa Rica, el 8 de abril de 1916. Logró romper con un ciclo de literatura costumbrista, ya para su época agotada y con ello instauró una tendencia vanguardista en las letras nacionales. Murió en México, el 8 de julio de 1956.

Su novela La ruta de su evasión, escrita en 1947, recibió el Premio Centroamericano de Literatura 15 de Septiembre. El valor literario de esta obra le hace permanecer como una de las principales obras de referencia de la literatura costarricense contemporánea.

lunes, 21 de marzo de 2011

En una esquina de la Soledad


Nos vemos cada vez que por ahí paso. Una esquina, un rincón, es siempre nuestro punto de encuentro. Existen espacios en las ciudades que están dedicados a ciertas personas. Éste está reservado a nosotros, es nuestro, nos pertenece. Una discreta esquinita donde están grabados nuestros nombres, eternamente.

Cerca, muy cerca, justo al frente, está un amigo muy querido por los dos. Carlitos Gardel es el único testigo de que ahí estamos juntos, deteniendo el tiempo. Vigilante, sus ojos resguardan nuestros momentos ahí registrados.

Ocurrió una noche de junio, justo en el aniversario de la muerte de Carlitos. Fuimos juntos, con un grupo de gente, a cantarle sus canciones, inmortales como tu memoria. Al lado del Che Molinari y su inseparable bandoneón, ahí estamos juntos.
Por una cabeza, Adiós muchachos, Silencio, Mi Buenos Aires querido, y, por supuesto, Madreselva, ese tango que parece haber sido escrito solo para que lo compartiéramos, son algunas de las melodías que esa noche, sin importar qué tan bien o tan mal cantáramos, entonamos para nuestro amigo del más allá.

Resulta gracioso pensar que ahora ya son seis años, seis que llevás en el más allá. Pero para mí siempre estás en mi más acá, no acaba un día sin que te recuerde, sin que te sienta aquí, tan cercano y tan mío.

En un rincón de la soledad, ya no del barrio sino de una muy íntima que vive en mí desde que te fuiste, ahí también nos encontramos siempre. Vieras que dulce y que amargo, cómo a veces suelto una risa y descubro que es tu tuya, cómo a veces suelto algunas palabras y pareciera como si hablaras por mi boca, como en muchas ocasiones alguna de nuestras canciones logra conmoverme hasta las lágrimas y caigo en cuenta de cuánta falta me hacés todo el tiempo.

Papá, yo podría escribir libros y libros sobre nosotros y no dejar de llorarte como lo hago ahora. Todo está aquí, todo vive en mí, todo se ha quedado para recordarme constantemente que soy una extensión tuya, que intenta vivir cada día con tus enseñanzas, con tu discreto pero macizo cariño, con la pasión con que hablabas de tus temas favoritos, muchos también míos.

En una esquina de esta soledad de soledades, y en ese rincón del barrio de La Soledad, yo te encuentro, yo te abrazo, yo juro y te digo que eres parte de mí y que respiras en este mundo todavía a través de todos los que te conocimos y te extrañamos cada día de nuestras vidas. Todos estamos bien, porque vos estás siempre a nuestro lado.