1949. Avenidas 6 y 8, calles 17 y19, barrio
González Lahnman. Llegó puntual, como
muchos otros, a su primer día de clases.
Llevaba consigo un pequeño y sencillo maletín de mano, comprado con
mucho esfuerzo, que ahora estaba a punto de reventarse pues estaba lleno de
ilusiones profesionales, que llevarían a realizar tantas otras personales. Era joven y se llamaba Rodrigo; entonces no
lo era, pero desde hace varios años es mi padre.
Como él y con él,
muchos costarricenses pasaron largas horas de sus vidas cobijados bajo ese
techo y dedicados al estudio de la Justicia, quemando pestañas, gastando muchas
hojas de libros y cuadernos, discutiendo, deliberando, en fin, preparándose
para defender los derechos y deberes de los ticos.
Quizás el viejo
edificio que albergaba a la Escuela de Derecho no significó mucho para algunos
de sus estudiantes, a fin de cuentas era solo una estructura y nada más, donde
los futuros abogados se instruían y eso era todo. Con el pasar de los años la Universidad de
Costa Rica, creada en 1941, se trasladó a su actual espacio, en San Pedro de
Montes de Oca, por ahí de los años 60.
La “Casa de los
Abogados” quedó entonces vacía, sin más lecciones, sin profesores ni alumnos,
sin más tránsito, sin más intelecto.
Permaneció así por un tiempo y luego volvieron algunos estudiantes de
Derecho a recibir lecciones de Medicina Forense, pues por un tiempo la morada
de las leyes se destinó a morgue.
Sí, hubo muchos
que olvidaron aquella construcción y le arrancaron todo valor emotivo e
histórico. Con el tiempo el inmueble
empezó a deteriorarse y la Corte Suprema de Justicia –que entonces tenía la
propiedad del edificio- decidió en 1979, demolerlo para construir la Plaza de
la Justicia.
Pero no todo el
mundo le dio la bofetada histórica a este edificio, tan lamentable y
tradicional en nuestro pueblo. Un grupo
de graduados de esta sede decidió defender el mayor referente histórico de la
historia del Derecho en el país. Bajo el
lema de que “para toda la actual clase de abogados ese viejo caserón es y debe
seguir siendo un santuario” y con el liderazgo del Licenciado Otto Rojas,
expusieron ante la Corte Suprema de Justicia
la importancia de conservarlo.
Sus acciones no dieron el fruto esperado y los planes para derribarlo y
construir la Plaza de la Justicia continuaron.
¿Por qué esta
edificación de estilo Neoclásico, de construcción fuerte, un relevante mojón
histórico, debía ceder su espacio a una plaza?
¿Qué podrían haber pensado los arquitectos Teodorico Quirós y José
Francisco Salazar ante la inminente demolición de su obra?
En el intento por
conservar la vieja casa de enseñanza del Derecho, Otto Rojas y su grupo
propusieron varias alternativas: establecer ahí un Museo Jurídico y
Criminológico o un Museo de la Justicia, uno de la Educación Pública
costarricense o una Biblioteca Jurídica Pública.
Entonces, como
buenos abogados, decidieron escribir a la ministra de Justicia, la Dra. Marina
Volio, con la intención de solicitar que se declarara al inmueble como
Monumento Histórico. Tras un largo y
devastador proceso, en el cual intervinieron más graduados y algunos campos
pagados, editoriales y artículos en la prensa nacional, el 14 de noviembre de
1979, fue declarado Monumento Histórico.
El decreto señala
que el edificio “constituye un símbolo de la educación superior costarricense
por haber sido el lugar donde se formaron varias generaciones de abogados
costarricenses”. Hoy puede decirse que
también representa un significativo logro por parte de estos visionarios
abogados que salieron a su defensa, quienes tuvieron una noción temprana de la
conservación del patrimonio, ciertamente una lección ejemplar para la fecha,
tristemente caracterizada por la fuerza anti-recuerdos de la máquina
demoledora, en pos de la necesidad de arrasar con todo edificio viejo, toda
representación del pasado, para implantar nuevas manifestaciones
arquitectónicas en la ciudad de San José y en muchas partes del territorio
nacional.
Hoy, la plaza
existe, del viejo edificio solo quedó la sección que formaba la esquina
noroeste o fachada sur del anfiteatro.
¿Qué pasó con el resto del inmueble?
Primero escombros, luego polvo en el viento. Ninguna fuente menciona por qué si con la
declaratoria de Monumento se obligó a la Corte Suprema de Justicia a conservar
y restaurar el edificio, hoy solo queda un fragmento. La respuesta ya no importa, pues no podemos
volver a tenerlo. Pero al menos queda
ese pedacito, que aunque pequeño cuenta algo de nuestra historia, así como de
su destrucción.
2013. Al pasar por el costado oeste de la Corte
Suprema de Justicia, pienso en aquel estudiante de Derecho y el maletín en su
mano, pequeño y sencillo, comprado con mucho esfuerzo, que si aún existiera
estaría ahora vacío, pues las ilusiones dejaron de ser pensamiento para
convertirse en realidad. Pienso también
en la injusticia con que la Justicia trató a la historia, pero agradezco al
Licenciado Otto Rojas y a sus compañeros ese pedazo que todavía permanece,
recordándonos la majestuosidad y la relevancia de tener recuerdos, lo
importante de conservarlos para poder vivir la historia como algo cotidiano.
Por Derecho
El edificio de la
Escuela de Derecho fue construido en 1925, diseñado por los arquitectos
Teodorico Quirós y José Francisco Salazar, en un claro estilo neoclásico.
Aunque durante
casi toda su existencia albergó a la Escuela de Derecho, también sirvió como
sede de la Facultad de Filosofía y Letras, así como de Odontología.
El fragmento del
inmueble que sobrevive corresponde a una de las dos naves laterales del
edificio.
Algunos de los
estudiantes de este centro académico son: Rodrigo Facio, Manuel Mora, Ricardo
Jiménez Oreamuno y León Cortés.
Extrañamente
varias personas llaman a la edificación “El Mausoleo”, pues al notar su
presencia creen que se trata de una estructura funeraria erigida para algún
personaje notable.