miércoles, 5 de marzo de 2008

En la frontera del Olvido


Vino con el sueño. Al despertar pensé mucho y decidí transcribir este corto en gris para intentar descifrar su mensaje. Todavía no lo encuentro.


Es un día más de trabajo. Los tiempos son difíciles y hasta el mismo clima se ha convertido en cómplice de una guerra extranjera pero que aquí vivimos como nuestra.

Salgo de casa temprano, como a las cinco de la mañana y todo en el cielo es gris, como un espejo del pueblo. Para prolongar el gris y cortar camino cruzo el cementerio que está al lado del hospital en que trabajo. Extraño, colocar el sitio donde ya la vida se ha perdido junto al lugar en que se intenta salvar a la misma.

No hay flores, solo tumbas. En medio del intento por conseguir alimento y cubrir las necesidades más básicas… ¿quién podría pensar en los muertos? Si usualmente se les abandona a la suerte del destino post mortem, en este momento ya nadie se ocupa de ellos, ni siquiera el panteonero, que fue enviado a su casa y solo es requerido cuando se presenta una despedida. Es que no hay tiempo para recordarlos, tan solo alcanza para preocuparse…de qué pasará hoy, mañana, el próximo minuto.

En el hospital el día se hace como un reloj de arena lleno de agua, ya ni contamos las horas porque eso implica perder más tiempo. Hay tanto trabajo, tantas vidas por salvar que ni nos ocupamos en pensar mucho, es el instinto de supervivencia llevado al extremo del actuar médico.
Hoy ha habido una jornada suave, tanto que logro salir del hospital como a las cinco y treinta. Cansado como de costumbre, solo pienso en llegar pronto a casa a dormir como medida de evasión del gris de nuestros días.

Tomo la salida que da al camposanto, eso es práctico: el cuerpo se traslada una corta distancia, luego un pequeño rezo y a la fosa. La guerra afecta todo, hasta los rituales funerarios.
Todavía no ha caído el día y el gris sigue presente. Camino por el pasillo central hacia la entrada. De repente me percato de que todas las tumbas a ambos lados están abiertas, parece que han sido profanadas.

Evito ver los cuerpos o restos cuyo sueño eterno ha sido violado y continúo caminando, buscando una explicación para tal hecho. Quizás alguien pensó que podría encontrar algo de valor en los cadáveres. Tendría que tratarse de un foráneo porque esto es una gran equivocación en un pueblo de pobres, donde los difuntos son sepultados solo con sus vestimentas.

De repente me detengo. Hay algo que me impulsa a agacharme y mirar dentro de las tumbas. ¿Por qué? He visto tantos muertos, tantos despojos que ya me son indiferentes. Además si alguien me descubre haciéndolo podrá pensarse que soy el responsable de la profanación. Pero es una fuerza superior, algo extraño que hace doblar mis rodillas fuerte y lentamente. Al caer en el suelo miro a la izquierda y para mi sorpresa las tumbas no tienen huesos ni resto alguno. Adentro, los nichos están llenos de juguetes. Exploro y encuentro todos los juguetes de mi infancia, todos, hasta los que ya había olvidado.

Extrañado y extasiado, veo que el otro lado tiene más juguetes. Entonces soy víctima de una desesperada regresión: voy sacando cada pieza de su tumba y en medio del cementerio se inicia mi reencuentro. Ahora olvido todo el gris, el hospital, la guerra, el camposanto mismo y en su pasillo central juego con mis aliados de mi mundo otrora inventado, mi refugio del pasado, ahora presente. En medio de sepulcros y huesos, inquietando el sueño eterno de muchos, soy feliz con mis juguetes y con mi niñez, a la que creía extinta.

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