Ha habido un poco de despresurización en esta cabina durante este trayecto del viaje.
Ahora, súbitamente, la sufrimos. Hemos bajado la altitud que habíamos alcanzado y las mascarillas de oxígeno caen de repente. No sé bien si en verdad quiero ponerme la que cuelga sobre mi asiento. Creo que prefiero enfrentar, experimentar, esta caída en el vacío para tener certeza de cómo realmente me siento, cómo reacciono.
Siento que mi estómago da vueltas y queda a la inversa y en medio de todo veo caras de pánico entre varios pasajeros de la aerolínea de esta vida.
Yo permanezco escéptico, me rehuso -tal y como suelo hacer- a convertirme en presa del terror y los malos presagios. De todas maneras solo podemos contar con dos posibilidades: o continuamos cayendo hasta estrellarnos o recuperamos la altitud que nos mantiene en ruta.
No soy el piloto de esta nave ni el aire que la sostiene y la impulsa. Pero como pagué por mi boleto tengo el derecho a pedir algo: tu mano tomando la mía y nuestras miradas para no sentirme solo acá en los dominios de uno de los cuatro elementos.
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