martes, 31 de marzo de 2009

I wish you love



Marlene Dietrich, la gran actriz alemana, también cantaba.  No tenía ni la voz de la Callas ni la de Sarah Brightman o Annie Lenox, para hablar de tiempos modernos.  Pero, como Chavela Vargas, la calidad de su música radica en la interpretación más que en sus potestades líricas.

Muy humana, tal vez demasiado, la Dietrich cantaba evocando y muchas veces hasta llegaba al llanto.  Hace unos días volví a encontrar algunos de sus discos, guardados en alguna parte y de nuevo me "enfriebré" con Marlena, como muchos la llamaban.  Entre sus canciones hallé una que en particular me llamó la atención, porque habla de perdonar, dejar ir, o aceptar el fin de un amor o la ilusión de éste.

Amar suele ser un tema de dos, pero muchas veces no nos aman y se convierte en una calle de una sola vía.  Entonces quien decide irse deja al otro minimizado, mutilado, solo.  Una depresión por amor puede equipararse a llevar una corona de espinas constantemente, a cargar una pesada cruz, a querer convertirse en Níobe, una figura de la mitología griega que fue transmutada a una catarata para poder llorar eternamente la pérdida de todos sus hijos.  El amor es un hijo: lo vemos nacer, crecer, reproducirse y en algunas ocasiones hasta lo vemos morir.  Dicen que no hay dolor más grande que la muerte de un hijo...bueno, la muerte de este hijo virtual también duele.

Tras una depresión de afecto es muy difícil intentar compensar la pena.  Conocer gente nueva, rehacer la vida es volver a aprender a caminar.  Pero si abrimos bien los ojos y si tenemos suerte la posibilidad de querer vuelve a aparecer en nuestra vida.  Así sucede, así me ha pasado, así me sigue ocurriendo en efecto múltiple.

Con su canción, la Dietrich quién sabe a cuántos amores perdonó, o mejor dicho, cuántos capítulos de amor logró exorcizar, cerrar.  Con su voz, con su palabras, pude sentir el alivio de dejar ir a la figura amada, o espantar el humo de esa ilusión tan volátil del amor que pudo haber sido o tal vez nunca fue.

Sin resentimientos, sin lástima, sin dolor ni negaciones ... Así es mejor dejarte ir y caminar por el mundo, tomar los aviones que debas hasta que encuentres tu verdadero destino final y que tengas siempre la certeza de que en verdad te amé y no poco sino demasiado.  Pero mejor que lo diga Marlene:

I wish you bluebirds in the spring
to give your heart a song to sing
and then a kiss but more than this
I wish you love.

And in July, a lemonade,
to cool you in some leafy glade.
I wish you health but more than wealth
I wish you love.

My loving heart and I agree
Now i'ts the time to let you be
so with my best, my very best
I set you free.

I wish you shelter from the storm,
a cozy fire to keep you warm,
but most of all,
when snowflakes fall
I wish you love.


lunes, 9 de marzo de 2009

El valor de una vida



Ocurrió el martes anterior.  Fui con mi amigo Augusto -de visita en el país- a la Galería Nacional.  Le comenté que me interesaba ver una exposición sobre personas a las que les arrebataron la vida por actos de violencia e irrespeto a sus derechos vitales.

Al ingresar al salón me impactó ver fotografías en gran formato de 15 víctimas, una breve semblanza de su vida y algún objeto simbólico de la causa de su muerte.  Una mujer se acercó a saludarme y yo, la verdad, ya estaba suficientemente conmovido como para socializar.  Pero no quise practicar ninguna grosería y me presté a atenderla.

Lorena es la madre Sergio Pablo, un joven que murió debido a la acción irresponsable de un conductor ebrio.  Conforme ella me contaba la historia y lo difícil que es sobrellevar una tragedia como esta, yo no hacía más que mirar alrededor y fijar mi mirada en la foto de su hijo.  Quería tirarme al suelo y llorar como probablemente alguna vez lo hice de niño, quería que apareciera un ángel y me explicara por qué estas muertes suceden.  Quería ser un mago o un dios y tener la potestad de devolver la forma física a su hijo, porque él todavía está a su lado.

Augusto hablaba con Roxana, cuyo único hijo murió al ser víctima del robo de su celular, justo en la puerta de su casa.  En un momento lo miré y vi que lloraba.  Para ese entonces los dos ya estábamos bastante conmovidos y las lágrimas saltaban de los ojos de ambos.

Una visita que puede hacerse en unos 20 minutos a nosotros nos tomó cerca de una hora y media.  Al salir, nos preguntábamos cómo un ipod, un celular o unos cochinos tragos de más pueden cerrar para siempre los ojos de alguien y cegar la vida de sus seres queridos.

También nos preguntábamos cómo era posible que en Costa Rica no se hayan tomado en serio el tema de la seguridad.  ¿Cómo un presidente, ganador de un cuestionado premio de Paz, pudo dar la dirección del Ministerio de Seguridad a una señora que del asunto parece no saber más que mi mamá, que es pintora?

Háganse un favor si se consideran patriotas.  Vayan a visitar El valor de una vida.  No es la exposición más bella que haya visto, pero sí la más impactante.  Quince personas están allí para recordarnos nuestro deber de hacer algo para cambiar tan negro panorama.  Contacten organizaciones como Recuperemos la paz.org o Justicia y paz.  Yo humildemente ofrecí a Lorena cualquier ayuda que pueda dar.  Si todos damos o hacemos algo las cosas pueden cambiar.  

Roxana y Lorena perdieron a sus hijos y eso es el peor dolor que una madre pueda experimentar.  Pero están ahí, dispuestas a no perder la esperanza de recuperar la seguridad ciudadana, poniendo sus vidas como estandartes.


lunes, 2 de marzo de 2009

El "calorcito" de mi padre



Ocurrió hace algunos días: me regalaste una noche a tu lado.  Para mí eso es el mejor regalo que me podés dar.  Gracias a Dios hacía frío y eso motivó a dormir más abrazaditos, como me gusta.

Por la mañana te levantaste y te fuiste a hacer café.  Otro regalazo porque no funciono sin la gran taza de café negro que religiosamente tomo al levantarme.  Entonces sucedió:  de manera instintiva, en ese lapso entre estar dormido y despertarse, me volví hacia el espacio en la cama que habías recién dejado, para aprovechar el calorcito de tu ausencia inmediata.

Lo hice y lo disfruté sin ser consciente del recuerdo, que me cayó de repente en un momento del día.  Esta es la explicación:  cuando era niño -que todavía lo sigo siendo en algunos aspectos-, solía esperar al momento en que mi papá se levantaba para correr a consumirme entre las cobijas que él recién había abandonado.  A mi mamá, que usualmente seguía en la cama como por una hora más eso le molestaba, pero su enojo a mí ni me inmutaba -que mocoso más malcriado-.

Sentir su calor en la tibia cama era mágico.  Era como sentirlo arropándome, abrazándome, era tenerlo para mí solo.   ¡Me encantaba!

Tener tu calor en las sábanas, en la almohada, en la cama, sabiendo que te había tenido a mi lado toda la noche, fue volver a experimentar toda esa magia.  ¡Fabuloso! -la palabra que según mi mamá más digo-.

Ahora me pregunto:  ¿Por qué luego de tantos cuerpos que han dormido a mi lado solo con vos ocurrió esto?  ¿Por qué cada vez que estamos solos siento que la ropa tiene su lugar pero no precisamente en nuestra intimidad?  ¿Por qué cada beso que me das engrosa mi mejor colección de estampillas?  ¿Y por qué las pastillas de violeta saben mejor cuando vienen de tu boca?

¡Que vengan más pastillas de violeta, que venga menos ropa y más intimidad y que pueda seguir disfrutando de la magia de tu calorcito!