lunes, 9 de marzo de 2009

El valor de una vida



Ocurrió el martes anterior.  Fui con mi amigo Augusto -de visita en el país- a la Galería Nacional.  Le comenté que me interesaba ver una exposición sobre personas a las que les arrebataron la vida por actos de violencia e irrespeto a sus derechos vitales.

Al ingresar al salón me impactó ver fotografías en gran formato de 15 víctimas, una breve semblanza de su vida y algún objeto simbólico de la causa de su muerte.  Una mujer se acercó a saludarme y yo, la verdad, ya estaba suficientemente conmovido como para socializar.  Pero no quise practicar ninguna grosería y me presté a atenderla.

Lorena es la madre Sergio Pablo, un joven que murió debido a la acción irresponsable de un conductor ebrio.  Conforme ella me contaba la historia y lo difícil que es sobrellevar una tragedia como esta, yo no hacía más que mirar alrededor y fijar mi mirada en la foto de su hijo.  Quería tirarme al suelo y llorar como probablemente alguna vez lo hice de niño, quería que apareciera un ángel y me explicara por qué estas muertes suceden.  Quería ser un mago o un dios y tener la potestad de devolver la forma física a su hijo, porque él todavía está a su lado.

Augusto hablaba con Roxana, cuyo único hijo murió al ser víctima del robo de su celular, justo en la puerta de su casa.  En un momento lo miré y vi que lloraba.  Para ese entonces los dos ya estábamos bastante conmovidos y las lágrimas saltaban de los ojos de ambos.

Una visita que puede hacerse en unos 20 minutos a nosotros nos tomó cerca de una hora y media.  Al salir, nos preguntábamos cómo un ipod, un celular o unos cochinos tragos de más pueden cerrar para siempre los ojos de alguien y cegar la vida de sus seres queridos.

También nos preguntábamos cómo era posible que en Costa Rica no se hayan tomado en serio el tema de la seguridad.  ¿Cómo un presidente, ganador de un cuestionado premio de Paz, pudo dar la dirección del Ministerio de Seguridad a una señora que del asunto parece no saber más que mi mamá, que es pintora?

Háganse un favor si se consideran patriotas.  Vayan a visitar El valor de una vida.  No es la exposición más bella que haya visto, pero sí la más impactante.  Quince personas están allí para recordarnos nuestro deber de hacer algo para cambiar tan negro panorama.  Contacten organizaciones como Recuperemos la paz.org o Justicia y paz.  Yo humildemente ofrecí a Lorena cualquier ayuda que pueda dar.  Si todos damos o hacemos algo las cosas pueden cambiar.  

Roxana y Lorena perdieron a sus hijos y eso es el peor dolor que una madre pueda experimentar.  Pero están ahí, dispuestas a no perder la esperanza de recuperar la seguridad ciudadana, poniendo sus vidas como estandartes.


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