miércoles, 25 de noviembre de 2009

Cinco años


Estaba en mi casa de antes, coordinando algunos asuntos con el amigo que la tomó cuando me fui.  Luego de entregarme algunas cosas mías que todavía quedaban por ahí (suelo dejar objetos por todos lados), me dispuse a marcharme.  

Al despedirnos me invitó a cenar.  "Una de estas noches", dijo.  "Cualquiera menos el jueves, porque cumple años de muerto mi papá", le respondí.  Entonces todo giró: comencé a ver el apartamento como estaba hace cinco años, miré en retrospectiva mi vida durante todo este tiempo.  La cara de Thibaut cambió de repente, ya no eran risas sino como ese miedo, esa angustia ajena que se siente tan propia cuando de la muerte de un ser querido se trata.  Entonces, yo pensé en mi papá.

Son cinco largos y eternos años desde aquel día en que una gran parte de mi vida se apagó.  La ausencia definitiva es un dolor que madura y con el que aprendemos a cargar.  Yo pienso en su sonrisa tímida, en los abrazos perdidos, en todo, todo lo que extraño y la certeza de nunca más tenerlo.

Ay papá, si existiera una manera de comunicarse, si a pesar de saber que te tengo cerca yo tuviera una respuesta tuya concreta.

Si vieras todo por lo que he pasado en estos años.  Es que todo ha cambiado tanto desde entonces.  Los chiquillos están tan grandes, tan llenos de vida.  Empiezan a vivir como adultos y es impresionante lo bien que parecen hacerlo.  El más pequeño, Ricardo, ya camina y empieza a hablar.  Pobrecito, nunca pudo conocer al abuelo maravilloso que todos los demás extrañan tanto.  Eso me duele, porque no es justo que tanto amor se pierda.

Nosotros, los hijos, no hablamos casi del tema de tu partida.  Es que la verdad, no podemos mencionarlo sin que se fracture una vez más nuestro corazón, porque es uno solo cuando de vos se trata.

Y yo... yo no paro de llorar al escribir estas líneas.  Me he quedado tan solo sin esa parte de mí amputada abruptamente.  Mi vida ha dado brincos y saltos y he cometido muchos errores en estos años.  Tal vez por ser el menor, el más rebelde, nunca pude aprender tus lecciones, sobre todo en cuanto a saber ver qué gente es conveniente para nosotros y cual no lo es.

Tuve una depresión, la primera en mi vida, también causada por no saber escoger las compañías.  De repente me vi solo, traicionado y abandonado.  Pero tus otros hijos y mi hermano de vida supieron apañarme y demostrarme que mi sufrir era absurdo ante su cariño.  Hoy, la depresión es solo un recuerdo, una lección aprendida caída tras caída.  

No sé dónde estarás, pero si existe el Cielo es todo tuyo, eso de fijo.  Dios me dio un regalo y fue nuestra despedida.  En el aeropuerto, yo me iba a un viaje temporal y vos, sin yo saberlo, al viaje eterno.  Pero te pude abrazar con todas las ganas de mi alma y darte las gracias por haber sido quien me dio la vida, quien me tuvo que enseñar a caminar tantas veces y a poner las palabras propicias en mi boca.

Aprendí alguna de tus lecciones.  Discreta y calladamente ando por la vida e intento agradecer todo lo que recibo, que es bastante.  Creo que al final aprendí a ser valiente, soy tu único hijo que está solo en el mundo, pero sé serlo.

Cada vez que tengo una situación adversa pienso en cómo la resolverías y casi siempre obtengo la respuesta correcta.  Pero de vez en cuando me rompo en mil fragmentos y es por tu ausencia.
Gracias, todas las gracias del mundo papá.  Fuiste, sos fundamental en mí y prácticamente todo lo bueno que tengo de ti lo he aprendido, qué buen maestro.

Descansa y ten la certeza de que por acá se te extraña ... en dosis interminables.

1 comentario:

Chavela Movie dijo...

Que linda la foto -- besos, Andrea -- vaca loca!