jueves, 10 de diciembre de 2009

El primer político


Hoy asistí a su funeral.  Como en un último vuelo sobrevendido, la gente se amontonaba, se empujaba, trataba de encontrar un espacio en una catedral que parecía construida de personas más que de cemento.

Había de todo.  Jóvenes, maduros, ancianos y hasta bebés cuyos padres querían hacerlos testigos de una página de la historia que parecía concluir en esta tarde melancólica, en la que hasta el clima parecía estar de duelo.  El mismo sol tímidamente intentaba colarse entre la multitud, quizás para rendir honores.

Yo recordé que gracias a él tuve mi primer contacto con la política y empecé de manera temprana, precoz y hasta fanática a conjugar las ideas de gobierno del pueblo.  Antes de él pensaba que solo podían ser famosos y admirados los cantantes, compositores, escritores, actores, pintores y escultores.  No estaba tan equivocado a fin de cuentas, porque el hombre era un artista de la palabra, un gran orador y un gran poseedor de carisma, algo que tanta falta nos hace hoy.

Los chiquillos del barrio, en aquella lejana Alajuela de antaño, coleccionábamos obsesivamente cuanta indumetaria, bandera, afiche o elemento existiera sobre el señor.  Extasiados asistíamos a cuanta manifestación hubiera y éramos felices cada vez que nuestros padres nos llevaban a una caravana de carros con banderas.

Bajo un fondo blanco, una línea celeste era coronda con una U en rojo.  Tener el juego de viscera y camiseta era el equivalente a poseer todos los juguetes de la Guerra de las Galaxias, o la colección completa de discos de Olivia Newton-John, en mi universo de niño.

Recuerdo un día en que hizo una visita a la casa de don Juan Lara, uno de los vecinos.  Aquello era como hoy, un mar de gente que intentaba darle la mano, tocarlo, como si fuera un santo que al menor contacto limpiara los pecados y eliminara los problemas.  Creo que a mí me toco la cabeza y me dio un saludo, nada más; pero eso valió para sentirme como ante la presencia el mismo Drácula, mi héroe de infancia, por extraño que parezca.  O de Carlos Gardel o Edgar Allan Poe, otros de mis ídolos.

Rodrigo Carazo Odio se llamaba.  Le correspondió gobernar en tiempos muy difíciles, que hasta los niños advertimos.  Escaseaba todo, el dólar se desplomó y las histerias de los mayores eran transmitidas a los pequeños.  El tiempo se encargó, se ha encargado, de dar otras interpretaciones a la historia oficial, más pasional que otra cosa, que juzgó su gestión de forma alarmante y desdeñosa. 

Yo, la verdad, no sé cómo juzgarlo, solo puedo decir que le agradezco su caricia en mi cabeza, la pasión que en mí despertó por cuestionar siempre los acontecimientos, quizás aún la idea temprana de hacerme periodista para poder ser parte de fenómenos como los que se creaban a su alrededor.

Una anciana me comentó que por un tiempo se encargaba de preparar sus comidas y que él siempre le regalaba una sonrisa y le priopeaba su buena cuchara.  Mientras hablaba yo podía ver en sus ojos el brillo que da la satisfacción de haber vivido lo que se cuenta y pensé: ¿Seré capaz algún día de motivar semejantes destellos en alguien?

Al sacar el cuerpo de la catedral, la gente le gritaba elogios, le aplaudían, mostraban sus fotos oficiales de cuando era Presidente de la República.  El bullicio, la inmensa masa humana y hasta la misma tarde que moría como lo había hecho él un día antes ... todo confabulaba para que las emociones fueran las maestras de ceremonia.  Me acerqué a una de sus nietas, por quien tengo un gran aprecio, por quien fui al funeral, y no pude evitar decirle que, en medio de la tristeza que semejante acontecimiento propicia, la fidelidad, el cariño, la devoción del pueblo eran un regalo maravilloso, que nos recuerda la gran diferencia que podemos hacer con carisma y con poner una sonrisa en nuestra boca.

Carazo, "el macho"...lo recuerdo siempre sonriente...así lo recordaré...así quiero recordarlo.  Que descanse en paz y que su sonrisa se multiplique en los rostros de tantos costarricenses, que todos sintamos una mano tan cálida sobre nuestras cabezas como la que sentí aquel día en que por instantes lo conocí.   Que así sea. 


1 comentario:

Anónimo dijo...
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