Itinerario de una rápida incursión por el Reino de la Furia
Estoy enojado, muy enojado. La furia se me trepa como un animal salvaje que ha esperado pacientemente mi paso por el día y de repente encuentra la oportunidad y no deja escapar a su presa. Esa es la furia y ese soy yo.
Todo el día transcurre apacible y lentamente, cuento las horas para el día siguiente, que tanto he esperado y súbitamente una informal, inusual e inesperada llamada me comunica de una informal, inusual e inesperada respuesta. He sido cancelado.
Ay, entonces la furia-fiera se lanza descarnada y desalmada. Lo hace rápidamente, de pies a cabeza hasta lograr la totalidad de mi cuerpo en un enojo.
Mi atacante –no la furia, sino la persona al otro lado del teléfono- se percata del cambio repentino en mi manera de hablar, de la reducción de las palabras hacia los vocablos únicamente, de mi cortesía minimizada y ahora forzada y, en suma, de que soy presa irreversible de dos ataques: el de su enunciado y el de ese extraño pero violento animal que llevo tan mal dentro.
Esta es la situación, a la que forzosamente reacciono con esa bendita, maldita, como dice Chavela: daitanaton –maravilloso y terrible a la vez- crianza que he recibido diciendo, mordiendo los labios para intentar apresar las palabras: “Esas cosas pasan”. No digo más, pero mi mente continúa la oración y la completa: “Esas cosas pasan porque una persona es egoísta, desapegada, mediocre y malcriada”. ¡Cómo quisiera no tener el aparato en la mano sino a la persona y poder decirlo, una vez en la vida, a vivo grito y mostrando, repito, una sola vez en la vida, orgulloso el animal que ahora tan bien llevo puesto!.
La conversación continúa, ahora con sabor a plástico, artificial. Muy polite pero por ende, demasiado fingida. He dejado de ser la máquina de hablar que suelo ser y me he olvidado de quien esta al otro lado. Soy todo de la furia, en su máximo esplendor. De manera también muy polite termino diciendo: “Nos veremos cuando regresés”. Estúpida crianza la mía, que me lleva a decir lo que menos quiero. Cuelgo.
Acto seguido: creer que no sólo soy presa de un enojo descontrolado y buscar ayuda: los amigos. El primero me ofrece una explicación psicológica de mi absurda reacción colérica y hasta me recomienda tomar las cosas con calma y ser más inteligente. Por Dios, esto ni a la chicha ni a mi nos va. El segundo acaricia al animal que me tiene poseído y atiza el fuego que ha convertido en un infierno mi mente. ¡Bravo, outstanding ovation! Al fin la respuesta, alguien me entiende y me apoya, el animal está ahora rebosante de belleza y de brillo. Este último amigo me ofrece ir mañana a ver un bailador en escena. Tal vez taconeando se logre pisar y dar muerte a mi enojo.
Una vez más, ejercito la acción de colgar. Ahora solo somos mi enojo y yo. ¿Y cómo nos hemanamos? La cajetilla de Marlboro aparece en escena y yo no hago más que rendirme a sus encantos, tan deliciosos como catárticos y dañinos. Pero eso no importa, ahora no importa nada, estoy mas allá del bien y del mal y del mundo… con mi fabuloso enojo.
¿Irme a dormir? Los dos no cabemos en la misma cama, así que decido dejarlo justo aquí, en la computadora, plasmándolo en letras que dibujan su sobria presencia. Hasta aquí llegamos: por esta noche la fiera y yo, por siempre la ilusión propuesta y quien la hiciera. Vuelvo, de nuevo, a ser sólo yo y mis circunstancias muy mías, las que no involucran a nadie, hasta nuevo aviso.
2 comentarios:
Pues sì, a todos nos toca ser un dìa hijos de la furia. Quizás lo más terrible de ella, de la furia, es que inevitablemente duele. Antes, durante y, especialmente, después. A veces me cuesta creer que todavìa hay gente que sigue pensando que las emociones están divorciadas del cuerpo. A estas alturas de la semana, y de la vida, no sé qué es màs doloroso y cansado: si montar en furia, o si ser atrapado por la tristeza. Sinceramente, mi Doctor Esperanto, creo que la pena es por mucho más peligrosa. A diferencia de la furia esta no se va rápido, y muy el contrario, tiene una actitud de ocupa que se te va metiendo y acomodándose tan descaradamente. Y es silenciosa: no te das ni cuenta cuando desplaza a los demás sentimientos, ¡encima es bien gorda la bandida!Le tengo más miedo a la tristeza que a la furia porque esta segunda solo dura segundos, en cambio aquella primera se queda invadiéndolo todo, hasta aquello que no tiene que ver con el pellejo personal. Te prefiero furioso, que triste; me prefiero furiosa que con esta pena honda que no quiere mudarse de aquí...del corazón. Sí, tu gitanita está triste...¿ya pasará? o será que tendré que acostumbrarme. Si es esto segundo debo confesar: aún no sé como maquillarla.
Mi gitana de Luna:
La tristeza es peor ciertamente, porque la furia es un animal, pero la pena es maleza, de esa aparece siempre amenazando nuestras flores, nuestras plantas.
Es como un matapalo, que te rodea y poco a poco te ahoga.
Hay que saber ser buenos jardineros de nuestro patio emocional y detectar la maleza para cortarla antes que invada nuestras plantas y flores.
lamentablemente cuesta cortar esto de raíz, pero al menos -solución paliativa- podemos impedir que crezcan estas "flores del mal" que nos amenazan.
Tomá las tijeras y a cortar la maleza ... y si necesitas unas manos aquí tienes las de un doctor esperantista.
PD. Es extraño, siempre andamos como conectados, la tristeza tocó mi puerta a principios de semana ... pero le negué la entrada y la mandé directito a la chingadísima.
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