viernes, 14 de septiembre de 2007

México… ¿Es mío?


(Fragmento de una carta post mortem a Yolanda Oreamuno)


Ciudad de México, abril 17, 2005


Y decías, extraordinaria Yolanda, hace ya bastante tiempo, que México era tuyo, aunque fuera para acompañarte al saberte en tierra extraña.

Hoy, después de tantos años y muchos esfuerzos para poder estar en este México tan tuyo y tan mío; luego de verlo, de tocarlo, de saborearlo y fumarlo: de vivirlo, de sentirlo mío y hacerlo una parte de mi y yo convertirme en una parte de él… hoy, después de tanto, tanto, y multiplicar por miles el completo sentido de esta palabra; el llanto incontrolable parece anunciarme que tal vez ese México no existe, o no es mío del todo.

México: ¡Cuánto hemos vivido! ¡Cómo te he amado, soñado y esperado. Ahora resulta que no me quieres. Soy nada en tus calles, que me ignoran, y tu sangre me ha rechazado.

Yolanda… ¿dónde está tu México, ese que compartimos? El que respiro hoy no parece ser nuestro, solo me ha traído el profundo cansancio de la soledad y una abrumante desolación… ¡Cuánto te dice esta palabra! Es como lluvia inconclusa y constante, con gotas que nunca alcanzan estrellar el suelo. Desolación es el tono de mis muchos sentimientos irrealizados en este espacio.

¿Sabes? Creo que México es el Santo Patrón del llanto; con él, por él, siempre lloras: de alegría extrema, ante tanta belleza y jovialidad, por su marcada injusticia, su majestuosidad en tanta naturaleza y concreto y también bajo la sombrilla de nuestra vecina, la señora Desolación.

Desolado, así me siento, así creo que soy. Con esta desolación, encarnada y supurosa, con esta soledad tan arcaica en mí y tan interna que resulta casi imperceptible, que te anula frente a mil ojos, que te trunca.

Eunice decía que “México es el colmo de la pasión”. No se equivocaba, porque ciertamente lo es, pero la pasión tiene, como todo en este mundo, sus extremos y el lado derecho de la misma (¿Por qué todo lo malo ha de ser siempre izquierdo? ¿Quién estará sentado a la izquierda del Padre?) te desolla, verdaderamente te arranca lo que quede de corazón, lo que no haya sido ya previamente sacrificado en honor de la tierra azteca.

Mis 35 me han enseñado que es indispensable querer a alguien o a algo, hacerlo de uno, integrarlo, ser uno solo y mismo. ¿Por qué entonces estos mismos 35 me muestran, me tientan, con este México tan nuestro y tan distante y con su carne esparcida en cuerpos humanos, que dicen quererme para luego abandonarme? Cuéntame que te han enseñado los 40 que estuviste en este mundo.

Te fuiste hace ya mucho tiempo. Yo no te conocí cara a cara, palabra viva en boca, olor a olor; pero te conozco bien –y lo sabes- gracias a las pistas que dejaste escondidas en tus textos, que cediste en tu fugaz pero vasto paso por la palabra, ruta de evasión de tantos sufrimientos tuyos, que años después, yo empiezo a vivir.

Este México tuyo, que me heredaste en tantas frases, no parece ser mío… no quiere serlo, me abandona y me anula.

Aquí, justo en el medio de un omnipresente mediodía, frente a la que fuera tu casa y de Eunice, solo me queda tu recuerdo: imaginarte caminando esta calle, tal vez víctima de la misma desolación que ahorita siento y diciéndote a ti misma, como yo intento hacerlo, con la fortaleza del consuelo y la compañía: “México es mío”.


Ayúdame,

YO

PD. No olvides enviarme unas cuantas pistas para poder animarme a tomar una decisión y dar término a todo este enredo que ahora estoy viviendo.

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